lunes, 15 de diciembre de 2008

A propósito del fusilamiento de Dorrego...


EL TERROR, ARMA POLÍTICA

Fragmento del libro "Rosas: Nuestro contemporáneo" del gran José María Rosa

Muchas veces se usó el terror -y la imputación de terror- como arma política, tanto en la historia universal como en la nuestra. La vemos en el Plano de Operaciones de Moreno corroborado por las instrucciones de su puño y letra a Castelli que están en el Archivo Nacional; la usó Bolívar en su "guerra a muerte" de 1813; la desenterraron los unitarios en la revolución de diciembre de 1828, que hemos visto con anterioridad. Ni Moreno, Castelli, Bolívar, Lavalle o Paz eran seres sanguinarios; tampoco lo fue Mitre que mandó sus divisiones en 1861 a apoderarse a sangre y fuego del interior, ni Sarmiento que le aconsejaba "no ahorrar sangre de gauchos; es un abono que debemos hacer útil al país" (carta de 20-9-61 en Archivo Mitre, t. IX, p. 306).

¿Por quiénes y con que fin se desató el terror en nuestra historia? Dejemos de lado los tiempos de Moreno para reducirnos a las guerras civiles. No hay terror -a pesar de las afirmaciones de Mitre y Vicente Fidel López- en las luches de Artigas contra el Directorio: sólo "guerras" con sus inevitable consecuencias durante el año 20. Tenemos que llegar a los colombianos de López Matute, en 1826, para toparnos con saqueos, degüellos, violaciones e incendios. Los colombianos eran un regimiento de llaneros venezolanos (Venezuela pertenecía a la Gran Colombia en aquel entonces), que después de desertar de las filas de Sucre fueron contratados por Rivadavia para integrar el ejército presidencial que sostendría su política en el interior. Resultaron tan horrorosas sus depredaciones, que acuñaron el epíteto salvajes unitarios usado desde entonces. Pero no le echemos la culpa a Rivadavia ni a Lamadrid (jefe del ejército presidencial) -que en sus "Memorias" se horroriza de lo que hacían los suyos, y confiesa no poder controlarlos-, ni atribuyamos a este terror el propósito político de amedrentar o exterminar la inmensa mayoría federal. Los colombianos eran mercenarios y estaban lejos de su tierra: hacían lo de todos los mercenarios cuando se encuentran en el extranjero y gozan de impunidad. Claro es que el terror engendra el terror y no debemos extrañar que Quiroga con sus gauchos no dejase un solo colombiano con vida.

Tal vez por la eficacia que tuvo el terror de los colombianos en las guerras de la presidencia, los unitarios lo restablecieron, fría y deliberadamente, como arma política en su revolución de diciembre de 1828. Comprendemos (sin disculparnos por eso) que se trataba de una minoría que debía imponerse a una mayoría; la sola posibilidad era por la fuerza y con el miedo. De allí que personas cultas, y descarto que bondadosas, como los clérigos Valentín Gómez y Julián Segundo de Agüero, el poeta Juan Cruz Varela, el financista Salvador María del Carril, se nos presenten sanguinarios e implacables; "Este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones sin que una sola haya producido un escarmiento..., una revolución es un juego de azar donde se gana la vida de los vencidos" escribe Carril a Lavalle aconsejando el fusilamiento de Dorrego.

Varela piensa lo mismo: en El Pampero escribe que "Lavalle debiera degollar a cuatro mil". He recordado antes la locura homicida que se apoderó de los más dignos unitarios en esos trágicos años 1828 y 1829 (las cartas de Carril han sido publicadas por A. J. Carranza en su libro "El general Lavalle ante la justicia póstuma").
El terror es imprescindible para que una minoría pueda imponerse a una mayoría. En ese concepto, diremos político, lo usaron los unitarios en 1828 y 1829, y los volvieron a emplear -con el pobre Lavalle otra vez de instrumento- en la trágica Expedición Libertadora de 1839 a 1841. Es comprensible: un puñado de mercenarios repudiados por el pueblo entero sólo pedía accionar por el miedo que inspiraban:
"Se engañarán los bárbaros si en su desesperación imploran nuestra clemencia -dice la proclama de Lavalle a los correntinos en 1839-. Es preciso degollarlos a todos... Muerte, muerte sin piedad"; en otra del 29 de noviembre de 1839 a sus tropas:
"Derramad a torrentes la inhumana sangre, para que esta raza maldita de Dios y de los hombres no tenga sucesión". Mataba y hacía matar sin compasión a quienes no se incorporaban a sus filas... ¿Vesania? ¡No! Política, tal como la entienden los grupos minoritarios. Como su esposa se asustó al leer en Montevideo esas cosas, Lavalle le explicará: "La proclama me dio 2.000 hombres y llenó de terror al enemigo. Tú no puedes hacerte de esto un juicio exacto porque estás muy lejos de aquí". Cuando el mismo procedimiento no le dio resultado en la campaña de Buenos Aires, escribe a su esposa: "No te hagas ilusiones sobre los triunfos de este ejército. No hace conquistas sino entre la gente que habla; la que no habla y pelea nos es contraria y nos hostiliza como puede. Este es el secreto origen de tantas y tan engañosas ilusiones sobre el poder de Rosas, que nadie conoce hoy como yo". Como su esposa temiera por su vida "en medio de territorios sublevados o indiferentes, sin base, sin punto de apoyo", Lavalle le da confianza: "En estas tierras de mier... no hay quien me mate gracias al terror que inspiramos", (Las cartas de Lavalle a su esposa han sido publicadas por G. F. Rodríguez en su valiosa Contribución histórica y documental Bs. Aires, 1922. Están en el Archivo Nacional).


1 comentario:

walter besuzzo dijo...

Feliz navidad
Dios se hace hombre y después obrero de la construcción